15.5.12

El más Mostro, el más verde de todos los Mostros

Dicta mi recuerdo que la casa de Lindavista fue entrañable, talvez esa memoria se deformo por el cariño. Talvez por mi corta edad se sentía que era inmensa, como un palacio lleno de habitaciones, laberíntica, misteriosa.
Había personas y lugares íntimos en esa casa que visitaba ocasionalmente.
 La  jacaránda a medio jardín era uno de mis lugares preferidos. Me trepaba a ella y creo recordar que era un problema para cualquier adulto bajarme. Vivía feliz arriba de ese árbol, me divertía buscar el camino perfecto para treparlo. El reto era intentar llegar a la copa, y en ello, podían irse las horas sin darme cuenta.

La cocina de La Señora Oralia, su olor a tabaco guardado, la voz ronca,  el cabello corto y lacio, y esas camisolas que parecían más largas que su figura. Solemne, sencilla, una mujer tan misteriosa como la cocina en la que la recuerdo.

La pequeña  buhardilla que estaba  debajo de la escalera tenía una proporción muy particular. Puerta pequeña, picaporte metálico con esas llavecitas perfectas románticas que entran en cerraduras para espiar. Todo el lugar parecía diseñado para alguien de estatura pequeña, un espacio que por dentro era como estar en un prisma de un triángulo recto, era incómodo para un adulto pero perfecto para una niña, con todo y que mi tamaño siempre ha sido alto, no precisamente el de una niña.
Ese rincón era amarillo, de papel, con aroma a viejo y húmedo, de cantos con títulos de historias que quería leer, un libro apilado encima de otro, tal parecía que las paredes, el techo y el suelo estaban hechos de libros, apenas se asomaba entre todo ese caos una silla. Desordenado en su propio orden, así era ese lugar misterioso donde a veces, cuando entraba estaba Sadot, buscando o acomodando algo. Mostro verde me decía al verme, me daba un abrazo, me acariciaba la mejilla con un cariño rojo, cálido, como si yo fuese el único mostro verde. En realidad todos lo fuimos. Todos lo seguiremos siendo.

Sadot huele a libro viejo, a ropa ligera, sus pasos son flotar, tal parece que su caminar fuera de aire, que cualquier ventarrón fuerte se lo pudiera llevar. Así fue esta noche, el viento se llevó al viejo mostro verde pero me dejó su olor a libro, su aroma a biblioteca guardada y los ojos llenos de  jacaránda en flor.
Buenas noches Mostro Verde.
Tu sobrina, la que lee en voz alta, la que reconoce las letras mejor gracias a ti.
O.


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