22.3.18

Sobre el miedo

Temo a los refrescos azucarados, a las etiquetas de contenidos nutricionales ambiguas, a los lacteos, a los cancerígenos en los procesados, al olor nauseabundo del nanche, a las texturas y sabores que destemplan mis dientes, a las clases express de vida, a subir las escaleras que lastiman mi rodilla derecha y me hacen sentir como si la articulación fuera una bisagra vieja, a mi muñeca derecha crepitando, a las heridas nuevas que dejaron cicatriz, a los edificios con el tirol resquebrajado y que avecinan un derrumbe justo en el instante que voy caminando al costado, a los techos volados que no se sostienen por una columna porque me recuerdan al chavo que terminó aplastado media cuadra de mi casa por venir leyendo su celular y detenerse justo abajo, a los árboles con flores que despiden ese polen que alcanzas a ver y que siento como se instala en las paredes de mi garganta, a las palabras que se quedan  en el umbral de la boca y chocan y se hacen mil pedazos  pequeños que se desintegran antes de ser dichas ante la barreara de "mejor-no-te-digo", a los ignorantes empoderados pero más aún a los líderes estúpidos, a la gente con demonios internos, a la gente con paz interior y que se ufana de ella justo con esa expresión, a la gente que tiene un grado de locura socialmente aceptable, a la gente explosiva y gritona, a los que derivan a una deidad toda esperanza y responsabilidad, a los que citan versículos, a la gente nueva por conocer, a la gente sin vicios, a los que no les gusta la música, a los seres humanos nuevos, a no saber cómo adaptarme a la ausencia física de los seres humanos viejos pero más aún a la ausencia de los seres humanos, a las rutinas que cambian sin anuncio previo, a las bromas fuera de tiempo, al calentamiento global, a la basura mal clasificada, al plástico y su presencia abrumadora, a la impuntualidad, a las estadísticas realistas, al pesimismo, a las cucarachas, moscas y alacranes porque tengo el mal hábito de pensar que los pobres bichos preceden malos augurios, a que se caiga el internet, a que roben mi teléfono, a depender, a tener que confrontar los olores fétidos de un toper con comida pasada, a perder recuerdos, al frío incontrolable que no se soluciona con calcetines afelpados, a los desajustes, a los cambios de ruta después de un volantazo, a lo complicado que es hacerle entender a tu cuerpo lo que tu mente quiere y viceversa, a la sincronía, a la obscuridad en días cansados, a no poder hacer caminatas largas, a los límites, a la saciedad, a necesitar lentes, a regresar al agua, a vivir en un país sin lluvia, a no poder flotar un día y hundirme, a los mareos cuando me paro rápido, al color rojo, a la falta o exceso de sangre, a que un día no pueda conciliar el sueño fácilmente al poner la cabeza en la almohada, a revivir experiencias y no soltar el pasado, a la ausencia del sol, a los animales con pupilas no redondas, a las películas de terror que elaboran sus historias en escenarios fantásticos y personajes ficticios, a las metáforas ramplonas, a llegar tarde a una cita, a los horizontes sin montañas, a las puertas que rechinan por falta de aceite, a las plantas con bordes con picos que se van a ensartar en mi ojo cuando pase al costado de ellas, a perderme y no entender las actualizaciones de las suites de diseño, a que rediseñen mis 3 logotipos favoritos, a ser la protagonista de Truman Show y mi existencia sea un teatro armado por alguien más, a los sonidos abruptos, a los payasos malignos, a que algún día me racionen el uso del agua, a que talen el bosque de Chapultepec para poner un centro comercial, a que me quede sin los músculos necesarios para reír, a no poder conversar, a ser incapaz, a no poder comer cosas saladas, a la impermanencia, a normalizar las dicotomías sentimentales, a no poder aprender algo nuevo, a no ser curiosa, a perder mi capacidad de aprender, a que me prohiban ser usuaria de Netflix por prestarle la contraseña a mis papas, a los desencuentros, a la espera, a los juegos de mesa que nunca llegan a nada, a que alguien que nunca existió físicamente desaparezca de mi mente, a perder la esperanza que puedo con esto, al silencio absoluto, a las armas de fuego pero sobre todo a las armas que usa la gente idiota, a todas las armas de fuego, al ridículo ajeno, a las barbas y bigotes ralos, a molestar con mi altura a la gente más bajita que yo, a los documentos perdidos en el limbo de la bandeja de correo, a dejar de ser amada, a darle publicar a este texto, a que el miedo gane y deje de ser mi combustible.

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