27.7.09

En un parque, en cualquier parque.

Sábado, soleado, cuatro de la tarde.

El sol refleja en pequeños resplandores que se proyectan en la hoja del libro que ella tiene abierto sobre los pliegues de la falda delgada que cubre sus piernas. Hace unos minutos que ya no sigue la lectura para seguir sus movimientos al borde de la fuente, los escucha distantes, hay demasiados ruidos en el parque. Los gritos de los otros niños, el carrito motorizado que va cruzando atrás de la metálica banca blanca, el perro que le ladra a aquellos otros perros, sin embargo, reconoce entre el bullicio sus voces delgadas y los observa con detenimiento desde un ángulo desapercibido para ellos.

Ella en un extremo de su composición visual, diminuta, delicada, viste un vestido rojo con lunares blancos y zapatos que le hacen juego, su cabello rizado y caprichoso adornado con una diadema apenas le cubre los hombros desnudos al sol ya un poco enrojecidos, la inquieta, pero la escena la tiene absorta y lo olvida de inmediato. Desde la banca nota como la niña en varias ocasiones mece con la misma cadencia la mano derecha. Movimientos irregulares e intempestivos que se esconden de los ojos de su padre. Sumerge la pequeña mano blanca en el agua fresca y fría de la fuente con cuidado de no salpicar. Sonríe de frente y atrás sacude y restriega la mano en su vestido rojo cuando la mirada de su padre regresa a ella. Hablan y acomodan en una hilera ordenada en el borde de la fuente hojas, ramas, flores y piedras que recolectaron antes.

Él está sentando a su lado sobre el pavimento polvoso, observa a su hija y con atención a sus deseos sigue el juego tal cual la pequeña niña lo va inventando. Nota como ella está atenta a sus movimientos para tocar el agua e intencional y ocasionalmente observa hacia el lado opuesto para dejarla hacer la travesura.

Sábado, soleado, cuatro y diez de la tarde.
El sol refleja en pequeños resplandores que se proyectan en la hoja del libro que ella tiene abierto sobre los pliegues de la falda delgada que cubre sus piernas. Le pertenecen. Ella sonríe.
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2 comentarios:

Mongua dijo...

pero ella... cómo es ella... ¡Claro que si lo que quiere es leer... pues no la molestarán en su cuarto! por otro lado... no recibirá el sol filtrado en las hojas...

Olga Fabila dijo...

Ella no importa filósofo.
Si ella interviene la escena pierde equilibrio, ella es feliz, solo con obsevar.