15.6.09

Lo que me tienen leyendo

. . .

–Las manos me han quedado insensibles –dijo el hombre blanco, asustado–. Están muertas. –
– Todavía no –dijo Ernenek, riendo–. Todavía no están del todo muertas. Espera y verás.

Llamó a los perros, pero estos se negaron a acercarse; cuando Ernenek intentó agarrarlos, los animales huyeron. Entonces se sentó y les habló en tono alegre, mientras masticaba un poco de nieve y reía. Apenas uno de los perros se aventuró a ponerse al alcance de la mano de Ernenek, este lo aferró por el pescuezo e inmediatamente le abrió el vientre, entre los alaridos de sus compañeros.

Obediente a las órdenes de Ernenek, el hombre blanco metió las manos en el vientre humeante del perro, hasta que sintió las yemas de los dedos pinchadas por innumerables alfileres.

–Me duelen los dedos de manera atroz –dijo entonces. Se avergonzaba de sentir, a pesar suyo, que los ojos se le llenaban de lágrimas. Es el dolor más fuerte que sentí en mi vida.

–Es signo de que la vida vuelve. Y con la vida torna el dolor. Sólo la muerte es indolora.

El país de las sombras largas.
Hans Ruesch


Vía: A. y sus recuerdos.