Un pensamiento erige mapas,
y el musgo escribe
con su caligrafía húmeda:
no olvides lo blando.
Soy raíces que se hunden en la tierra húmeda,
Una idea estructurada y estratégica como ráfaga,
que se cruza con mi curiosidad,
que atraviesa tempestades.
A veces me disperso como bandada sin dirección
que se asusta con el crujir de ramas secas;
a veces me exijo tanto,
que olvido la suavidad que sostiene mis pasos.
Pero tengo la oportunidad
de llevar al caudal del río mi propia historia,
de convertir mis exploraciones en rituales,
hasta tallar la roca más dura.
La autocrítica afila los picos,
cada pluma se interroga:
¿soy herida,
o soy ala?
La amenaza es el desgaste,
como río que se desborda
y pierde su cauce en pantanos;
la amenaza es también olvidar
que en mi canto se reconoce el bosque.
Y sin embargo,
el agua insiste,
gota tras gota
sedimenta la piedra.
Mi intensidad es fragilidad
cuando cae la tarde,
cuando el verde oscurece,
y ese pájaro se confunde con la sombra.
Yo soy intensidad y fragilidad en la pausa,
el verde que reverdece después del invierno.
Soy trino.
Confirmo que aún hay cielo.
Amanece:
el mismo canto que parecía duda
se vuelve brújula,
y lo disperso encuentra
—aunque sea un instante—
cauce.
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